Tishá BeAb en Menorá: los jóvenes mantienen vivo el recuerdo de la Shoá a través del relato de inspiradoras historias de sobrevivientes
“No debemos ignorar las injusticias. Es nuestro deber como judíos mantener viva la memoria de quienes sufrieron en el Holocausto, porque es también nuestra memoria, la de nuestro pueblo”, sostuvo Melanie Ghertner, tras relatar la historia de una sobreviviente de la Shoá, Lea Zajak Novera.
El relato de Melanie no fue el único del evento del sábado 17 de julio. Ariel Nahmod y Sofia Hollander relataron juntos otra historia de supervivencia, la del abuelo de esta última, Julius Hollander.
Las fuertes palabras de estos tres jóvenes impregnaron las paredes de Menora, y de las casas de quienes se unieron al Zoom de manera virtual -ya que la actividad se realizó de modo bimodal-. Una gran audiencia escuchó atentamente los testimonios, en silencio, durante las casi dos horas que duró la actividad, con Ariel Berim como anfitrión.
“Tishá BeAb es el día nacional de duelo judío, donde ocurrieron grandes desgracias. Contar los testimonios de los sobrevivientes de la Shoá nos hace sentir lo que es estar en el exilio (Galut)”- aseguró Berim al comenzar. “Que este día se transforme en un día de alegría”, finalizó, dando lugar al primer testimonio.
Lea Zajak Novera
El testimonio de esta sobreviviente, en boca de Melanie, resultó emocionante y conmovedor, al punto de erizar la piel de toda la audiencia.
Melanie comenzó contando la infancia de Lea: ella nació en 1926, en una familia pobre pero que le brindaba mucho amor y contención. Los dos primeros años de la Segunda Guerra Mundial, el pueblo de Lea, Michalobo, quedó bajo dominio sovietico, aseguró Melanie, por lo cual pudieron seguir manteniendo una vida más o menos normal.
“Pero en 1941, Hitler rompe el Pacto de No Agresión con Polonia, e invade el pueblo de Lea”- relata con voz quebradiza Melanie. Junto a su familia, Lea fue enviada al Gueto de Truyan. Allí, resistió de manera que pudo: Melanie cuenta que, entre otras cosas, Lea se las rebuscaba para, junto a sus amigas, enseñarle a los más chicos a leer cuentos, o cantar para olvidar el hambre.
Luego de dos años, a Lea le informan que sería trasladada a Auschwitz. Después de dos noches en el tren con frío, hambre, gritos, llantos, gente que se desmayaba, llegó al campo de concentración. “Ya no éramos seres humanos”, recuerda Melanie que le comentó Lea al contar su historia.
Apenas al llegar comienza lo que sería la primera de las muchas selecciones que se repetirían todas las semanas durante la estadía de Lea en Auschwitz: los nazis dividían a quienes irían a la cámara de gas de quienes podrían seguir viviendo un poco más. Lea, con 16 años, fue enviada con el primer grupo, pero logró escabullirse y salvarse de la cámara de gas. Su madre no tuvo la misma suerte, y Melanie asegura que Lea recuerda cada momento de su vida esa última mirada.
Lea fue, durante toda su estadía en Auschwitz, solamente un número: el 33502. Fue denigrada y maltratada por los nazis en cada oportunidad que tuvieron. Los primeros meses en el campo de concentración fueron los peores, le confió Lea a Melanie. “Un día, debí cargar el cadáver de mi amiga Malka, luego de haber sido asesinada por trastabillar en el lodo al llevar escombros”, le dijo Lea. “Luego de eso, estuve una semana sin comer y sin hablar. Vino mi tía a mi camastro y me aseguró que si no reaccionaba, me iban a llevar a la cámara de gas”.
Después de dos años de sufrir en Auschwitz, a finales de 1944 los aliados avanzaban cada vez más sobre territorio alemán. Los nazis intentan borrar su rastro, lo que implica, entre otras cosas, las marchas de la muerte. Lea caminó durante cuatro meses, casi sin agua y sin comida, por la nieve. “¿Para qué voy a sobrevivir?”, pensó Lea, tras perder todas las esperanzas.
Sin embargo, la liberación estaba cerca. Lea escucha aviones, bombardeos, y se da cuenta de que era libre. Lea le confió a Melanie que su sensación, al terminar la Segunda Guerra Mundial, era de desamparo y soledad. “¿A dónde voy a ir ahora?”, pensó Lea en ese momento. Junto con su tía, Lea va en búsqueda de un familiar; pero, con quien habían pactado encontrarse no había sobrevivido a la masacre nazi. Lea decidió viajar a la Argentina, donde tenía familiares. Luego de unos años, se casó con Marcos, otro sobreviviente.
Julius Hollander
Sofia Hollander y Ariel Nahmod brindaron, entre los dos, el testimonio de Julius, sobreviviente de la Shoá, quien falleció tres años atrás.
Luego de empezada la Segunda Guerra Mundial, comienza el proceso de guetización; Sofía cuenta que Julius pasó de vivir en una casa grande y amplia, a una habitación compartida con otros miembros de su familia, donde sufrían hacinamiento, hambre y enfermedades, como le comentó en varias oportunidades a Ariel.
Tras unos años, Julius es deportado a Auschwitz. “Recuerdo los reflectores, los policías, los perros ladrando”, le confió Julius a Ariel. “Me tatuaron el número 161214, dando comienzo así al proceso de deshumanización”.
Julius trabajó descargando camiones de carbón enormes. Quienes no podían terminar con el trabajo, eran colgados del alambrado. Cuando su padre se enfermó, pensó en tirarse allí y electrocutarse, pero no lo hizo; sus ganas de vivir pudieron más.
Julius, al igual que Lea, participó de las marchas de la muerte. De día caminaban, y de noche, los encerraban. Una noche había tan poco oxígeno en el galpón donde se encontraban que Julius sintió que iba a morir. Se comió el pan (“Si me voy a morir que sea con el estómago lleno”, le comentó años después a su nieta Sofía), y acto seguido se desmayó. Cuando su amigo David lo encontró y lo ayudó a recuperarse, Julius vomitó lo que tenía en su estómago. “¿Ahora qué voy a comer?”, exclamó Julius.
“Realmente es un hambre que no conocemos”, le comentó a Ariel el sobreviviente del Holocausto. Con 18 años, Julius pesaba 36 kilos, estaba desnutrido y enfermo, apenas podía seguir caminando.
Al llegar la liberación rusa, Julius, que sufría de tuberculosis, comienza a curarse. Junto con David habían acordado, si sobrevivían, volver a la casa de la tía Elena en Buenos Aires. Así lo hizo. “Cuando llegué a la Argentina, me olvidé, a conciencia, de todo lo que había pasado, para poder salir adelante”, le aseguró Julius a Ariel.
Sofía asegura que Julius era una persona valiente y alegre, que luego de la experiencia traumática que había vivido, decidía no hacerse problema por los pequeños asuntos de la vida cotidiana; todo se lo tomaba con liviandad. “Vivía la vida como un milagro y así lo transmitía”, aseguró su nieta.
“Que podamos seguir transmitiendo nuestra historia y llevando estos valores día a día con orgullo» – dijo, a modo de cierre, Ariel Berim.
Los participantes se levantaron de sus asientos, y quienes asistían de manera virtual, salieron del Zoom; sin embargo, los inspiradores testimonios de los sobrevivientes contados por Sofía, Melanie y Ariel seguían resonando en la cabeza de todos.